El socio del Centro Burgalés Castellano Leonés, Mario García Gaitán, ha ganado el primer premio del concurso literario de las Casas Regionales de Gipuzkoa.
El domingo 12 de diciembre se celebró el acto de entrega del premio en las instalaciones de la Casa de Galicia.
El presidente de la Federación de Centros Regionales de Gipuzkoa, José Antonio Villaboa, hizo entrega del galardón.
El ganador presentó un relato en el que confronta los tiempos de la emigración al País Vasco procedente de otros puntos de España con el actual fenómeno migratorio de personas de otros países e incluso otros continentes.
Mario García Gaitán es licenciado en Humanidades y Comunicación por la Universidad de Deusto y actualmente estudia segundo curso del Grado Superior de Automoción en el centro Don Bosco. Ha trabajado como becario en TeleDonosti y ha dirigido un programa especializado en coches en Gipuzkoa Telebista (Localia). Es jefe de prensa del Salón Internacional de Vehículos Clásicos, en Ficoba, y también ha ejercido estas funciones en la prueba automovilística de montaña "Subida a Arrate" perteneciente al Campeonato de España.
El relato que presentó es el siguiente:
¡Cómo cambian los tiempos!
-¡Qué lugar tan diferente al nuestro! -exclamó Lucía nada mas bajar del tren.
El paisaje montañoso que había ante sus ojos era muy diferente al que ella conocía.
Cogió de la mano a sus hijos y se dirigió hacia Juan, que le estaba esperando en la estación. Atrás habían dejado a toda su familia, sus recuerdos, y aquellas largas tardes de domingo, al sol en la Playa de la Caleta.
Allí no conocían a nadie. Juan había ido un mes antes en busca de trabajo y había hecho amistad con dos compañeros de la fábrica, José Antonio “el extremeño” e Ignacio “el navarrico”. Ellos también acababan de llegar desde sus respectivos lugares natales.
Lucía abrazó a su marido y dijo a los niños –besad a papá.
-Ella se sentía desorientada. Lo único que sabía sobre ese nuevo lugar era lo poco que le había contado su marido en las cartas.
-¿Cómo será nuestra nueva vida aquí? –se preguntaba una y otra vez.
La sensación de incertidumbre la apaciguaba la tranquilidad que le aportaba estar junto a su marido. El mes que Juan había estado fuera, se le había hecho muy duro a Lucía.
Nada mas llegar al pueblo, los vecinos les miraban con cara de asombro y murmuraban: -Nortzuk dira hauek? kastellanoren emakumea eta seme-alabak direla uzten zait. [1]
-Lucía asustada, apretó fuerte la mano de su marido. –No entiendo. ¿Qué es lo dice esta gente?
-Juan tranquilizó a su mujer explicándole que en los pueblos la llegada de alguien nuevo es todo un acontecimiento y que seguramente los lugareños se estarían preguntando quiénes son.
-Aquí a todos los que somos de fuera nos llaman castellanos. Tú tranquila. Estaremos aquí un tiempo y cuando te des cuenta regresaremos de nuevo en casa.
-Juan había compartido un cuarto en alquiler con José Antonio “el extremeño” e Ignacio “el navarrico”, pero antes de que llegase su familia, buscó un lugar más apropiado. Así, el nuevo hogar de Juan y su familia era un caserío situado en las afueras del pueblo que se llamaba “Etxe-Garai” [2]. Los propietarios de aquella casa eran un matrimonio mayor sin hijos, que les habían arrendado la mitad del caserío. Se llamaban Joxe y Matilde. Tenían un campo de maizales, una huerta y un corral con gallinas, ovejas, burros y pottokas, una raza de caballo autóctono.
–Hola, Juan. ¿Así que esta es tu familia? –preguntó Joxe , con un acento muy peculiar, porque ellos no estaban acostumbrados a hablar castellano. –Sí, estos son mis hijos y mi mujer. –respondió el joven.
Una mañana, cuando Juan salía de casa para ir a trabajar, se encontró en la puerta, bajo una piedra, un billete de cinco pesetas.
-¡Qué buena forma de empezar el día!, -exclamó Juan a Joxe y este le respondió:
–¡Deja ahí ese billete! Cuando viene la lechera con la marmita de leche, nosotros solemos estar en el campo y ella sabe dónde tiene que coger el dinero.
-¡Qué curioso! ¿Dejando el dinero siempre ahí, nadie lo habrá robado alguna vez, o habrá pensado que se le ha caído a alguien?, -pensó Juan.
La lechera vivía en otro caserío situado en lo alto de la montaña y bajaba todos los días en un carro lleno de marmitas, tirado por un viejo burro. Era una mujer mayor, pero llena de vitalidad, que no sabía hablar en castellano. Todos los días, cuando bajaba a “Etxe-Garai” a dejar la marmita de leche se cruzaba con Lucía, que se encontraba realizando las labores de casa. Al principio, la lechera solía saludar a Lucía y al revés, pero en realidad no se entendían.
-Kaixo neska! Gaur esne ona ona ekarri dizut. Oso gozoa dago! [3] –decía la lechera.
-Hola, ¡buenos días! –le respondía Lucía.
A fuerza de verse todos los días, Lucía y la lechera entablaron una curiosa amistad, con conversaciones que se basaban en mímica, gestos y palabras sueltas que habían aprendido la una de la otra.
-Kaixo [4], Lucía. Hoy contenta, ¿eh? –decía la lechera.
-Bai [5], parece que va hacer un día ona [6]. –le respondía Lucía, mientras le sacaba un vasito de jerez y unas galletas, para que almorzase.
–Vino bueno, ¿eh? Lucía, -le decía la lechera, sonriendo.
Poco a poco, Juan y Lucía se fueron integrando y entablando amistad con los vecinos del pueblo. Sus hijos, se integraron todavía mejor, ya que vivieron prácticamente toda su niñez allí. Al cabo de unos años, el primogénito de Juan y Lucía conoció a una joven de un caserío próximo a “Etxe-Garai”.
–Creo que nuestro hijo está saliendo con la joven del caserío de al lado. –le dijo Lucía a Juan.
–Pues no creo que duren mucho, porque tarde o temprano volveremos a nuestra tierra.
-En la familia de la joven, que ella saliese con un andaluz, les pareció cuanto menos curioso: “Kastellanoarekin zaude, ala? Baina ondo konpontzen zarete? Kastillara joango zarete han bizitzeko? [7]”
¡Qué equivocados estaban! Tanto Lucía y Juan, como la familia de la chica, no imaginaban que esa historia iba a tener mucho futuro, pero pasaron los años y los dos jóvenes acabaron contrayendo matrimonio y teniendo hijos. ¡Quién le diría a Juan que el lugar al que fue de forma provisional a trabajar, acabaría siendo el mismo lugar en el que se jubilaría!
Treinta años después, Juan y Lucía se fueron a vivir a un piso en el centro del pueblo. Él iba todos los mediodías a la Ikastola [8] del pueblo para recoger a sus nietos y les llevarles a su casa a comer y ella solía esperarles asomada a la ventana de la cocina. Hacía pocos días que unos chinos habían abierto un bazar, en frente de su casa. Los chinos vendían infinidad de cosas en aquella tienda. A su lado, unos turcos habían abierto un restaurante, con una pieza de carne dando vueltas en una especie de asador. Ambos comercios estaban siendo un éxito en el pueblo. Muchos jóvenes se acercaban al restaurante turco a comer y muchas mujeres se acercaban al bazar a comprar útiles de cocina y otros enseres.
-¿Te acuerdas de cuando llegamos a este pueblo? –le preguntó Lucía a Juan. –¡Qué extraño se le hizo a la gente nuestra llegada y qué poco llama la atención hoy la llegada de “gente nueva” de orígenes tan lejanos! ¡Cómo cambian los tiempos!
[1] “¿Quiénes son estos? Creo que son la mujer y los hijos del castellano. ( En aquel pueblo llamaban castellano a todo aquel que no fuese vasco y hablase castellano).
[2] “Casa Alta”.
[3] ¡Hola chica! Hoy te he traído leche muy buena. ¡Está muy rica!
[4] Hola
[5] Sí
[6] Bueno
[7] ¿Estás con el castellano? Pero, ¿os arregláis bien? ¿os vais a ir a vivir a Castilla?
[8] Escuela